“ El ideal de mujer blanca feliz, que nos ponen delante de los ojos, esa a la que deberíamos hacer el esfuerzo de parecernos (…) nunca me la he encontrado en ninguna parte. Es posible incluso que no exista”[1]
No era consciente de la cantidad de veces que me venía esta pregunta a la cabeza, hasta que empecé el noble arte de registrar mis pensamientos cada día, allá por 2014. Suelo divagar cada mañana ante una libreta de color naranja con anillas, como las que llevaba al cole.
Esta es una pregunta que no me sabía contestar, es una pregunta que me hacía y de la que me olvidaba repetidamente pero a la que siempre volvía. Un día, releyendo mis libretas, me di cuenta del número desesperado de veces que regresaba a esta cuestión, sin que me satisficiera la respuesta.
Me he hecho a mí misma esta pregunta de mil formas: ¿qué es ser mujer? ¿qué es ser femenina? ¿qué significa ser mujer en mi entorno? ¿qué es biológico? ¿qué es cultural? En definitiva, la pregunta ¿qué es ser mujer? Me ponía una y otra vez contra las cuerdas, buscaba atormentada la respuesta porque en esa respuesta mi eterna sensación de inadecuación se vería por fin resuelta para bien o para mal.
Me explico, si todas las mujeres, sin excepción, somos como se nos cuenta: amables, débiles, celosas, parlanchinas, coquetas, no demasiado sexuales, dóciles, poco graciosas, naturalmente madres abnegadas, llenas de amor, de un amor tan grande que nos postra al servicio del amante y de la familia sin condiciones, definitivamente yo no soy parte de este grupo.
Y ¿cómo puede ser que yo sea diferente? ¿no viene todo esto de fábrica? ¿No se nos vende acaso que todas estas conductas son una necesidad biológica impregnada en nuestro doble cromosoma X? ¿No se supone que las gónadas femeninas vienen irremediablemente unidas a la necesidad de amar más allá de mí misma?
Si eso es así ¿por qué yo no soy así?, me preguntaba a los veintitantos.
¡¡Gilipolleces!!, me contesto desde la treintena, que me dio la fuerza, el amor propio y el número de amigas empoderadas necesarias para quitarme de un plumazo las tonterías que Disney instauró en mi cabeza.
La treintena y también mi acercamiento al feminismo, porque cuando entiendes que “ser mujer”, no es más que lo que se espera de ti, solo una etiqueta, lo que te piden los demás que seas para poder identificarte, para saber de qué vas.
A lo que quieren que te parezcas, a eso, que no es nada, a eso, que no existe más que en la imaginación del que lo creó: del pintor, del poeta, del escritor y del legislador que fueron creando el mito de la mujer durante siglos y siglos y siglos hasta darle veracidad, tanta, que así se nos enseña a ser y cualquier ápice de rebeldía se corrige tempranamente: siéntate bien, compórtate como una señorita, no corras, que no te guste el futbol (bueno, solo si es para gustar a un hombre) ni las otras mujeres (aquí también bajo la excepción de si es para dar placer a un hombre).
Y esa cascada de ideas deformadas, transformadas y trasnochadas de lo que se supone es ser mujer, lloverá en tu cabeza desde la cuna hasta la tumba y no parará hasta que entres en razón y seas “una buena mujer”.
De hecho, siempre se puede ser mas y mejor mujer así que no parará el bombardeo, aunque tu consideres que ya lo eres, lo importante es que estés frustrada, para controlarte: anteriormente porque te necesitaban como cuerpo reproductor, hoy, porque eres una gran consumidora.
Y claro que no te crees los personajes femeninos de las pelis, todas iguales, las malas y las buenas, que no se parecen a ti, pero tú eres una adolescente y parece que solo hay dos caminos: puta o madre, no hay matices.
Eliges y te comportas en consecuencia pero ese papel te va grande y lo sobreactúas, sobreactúas el género porque no se fiaran de ti si no.
Y sobreactuarás el género porque, desde luego, la que está equivocada eres tú y tienes una necesidad que si que es biológica: la de encajar. No pueden estar equivocados todos los demás y sales a la calle a dar tu mejor función pero te sabes mentirosa y por eso desconfías de las demás mujeres, porque en el fondo desconfías de ti misma, que te sabes rota y llena de taras, al fin y al cabo si tu estás fingiendo, ellas también.
En la TV te dan cada mañana dos tazas de cómo deberías ser y tu sombra se refleja en la pantalla sabiendo que es imposible pero lo intentas y te maquillas, te depilas, destrozas tus pies con zapatos que evidentemente no están hechos para caminar, incluso estas dispuesta a pasar por el quirófano para hinchar tu delantera, todo eso mientras intentas ser la mejor madre y la mejor profesional.
Y en ese mar de mierda, vergüenza, inadecuación y culpa también me hundía yo hasta que leí a Simone de Beauvoir, que empieza el “Segundo Sexo” intentando responder a esta misma puta pregunta de ¿qué es ser mujer? para llegar a la conclusión de que ser mujer no significa NADA.
Ser mujer es un lienzo en blanco, un libro sin escribir que te regalan cuando naces, tienes toda la vida para escribirlo porque ser mujer es ser tú, es escribir la historia que quieras escribir sin necesidad de parecerte a nada.
Fui libre el día que me di cuenta de que ser mujer es ser yo.
¡¡Libérate hermana!!
[1] DESPENTES Virginie, “La Teoría de King Kong”, Paris 2006
Comentários